“Asústate si algún día te vas a
la cama sin sentir que quieres a otra persona. Asústate cuando seas incapaz de
abrazar a alguien y sentir esa sensación tan extraordinaria que producen los
abrazos”, escribes.
Y aquí estoy, acojonada,
escondida debajo de la cama (donde se esconden los monstruos); pensando dónde
estará la chica que antes soñaba con que la quisieran, y quién es ésta que
ahora sueña con poder querer ella. Ni siquiera puedo preguntarle al silencio qué
me han hecho para convertirme en hielo, porque no hay nadie a quien echarle las
culpas. Quizá sea que lo que satisface es la victoria, y que al trofeo se lo
acaba comiendo el polvo de la estantería. Y ese es el problema, preferir ganar
a amar, dejar de quererlo en cuanto lo tienes.
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