miércoles, 16 de enero de 2013

Welcome to the new age.


Empezó con un vestido verde, kilos de purpurina en la cara, mucho alcohol en las venas y una cagada de pájaro felicitando el año. El año que amenazaba con ser el último. Siguió con nervios, risas, lágrimas y borracheras, dando paso a un verano de noches que se acaban a medio día, cerveza, desastres, gritos y amaneceres en la playa y muchos tachones a mi lista de ‘Casi 100 cosas que hacer antes de morir’. Verano de reencuentros, victorias, recuerdos y principios.

Luego llegó Septiembre, que, digan lo que digan, para mí siempre supone un punto y aparte. Nueva vida. Nueva ciudad, nueva casa, nueva familia. Ya ves, al final acabas hipotecado de favores, de alegrías y de buenos momentos. Otoño de dudas, de decisiones cuestionadas, de cambio de planes. De palabras dichas sin pensarlo demasiado. De hacerme mayor rodeada, si no de todos los que me gustaría, al menos de una parte muy importante; de ser joven, salvaje y libre.

Año de cambios y nuevas canciones, traiciones, tachones. Gente que se va para siempre, gente que viene a quedarse, gente que vuelve y gente que está ahí siempre, aunque sea en silencio.

Y solo quiero que el que empieza cumpla las promesas que ha dejado éste, quiero litros de alcohol, quiero adrenalina, conciertos, amaneceres, amnesias,  orgasmos, risas y sonrisas, más tachones, tacones, lugares y situaciones, fotografías que poner en mi pared, personas a las que mirar cuando se para el tiempo y sonreír. Ya lo he dicho alguna vez: no te preocupes por nada, no creas en el destino, ve, ponte tu vestido y los tacones más altos, un poco de pintalabios y baila hasta que salga el sol, o hasta que se vuelva a poner.



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