lunes, 29 de agosto de 2011

III, Sólo partículas de emociones detrás de drogas cortadas


Cuando volvió a abrir los ojos, estaba atardeciendo otra vez. Abrió el frigorífico y entre latas de cerveza encontró un trozo de una pizza que parecía no tener moho. Un chasquido. Otro. Quince más, pero el mechero no se enciende. Miró por encima de la habitación, pero no había rastro de ningún otro. Igual entre las sábanas… nada. Lo intentó una vez más, y como por arte de magia, el mechero se encendió, quemando el papel mientras por su boca, Rebeca exhalaba lentamente aquel humo de tabaco aliñado. Corrió las cortinas con ansia, como buscando algo especial tras el cristal de la ventana. Incluso cerró los ojos con fuerza.  Y cuando los abrió, allí estaba, espléndido el sol escondiendo lentamente su naranja resplandor tras el horizonte, inocente, como el niño que se tapa la cara con las manos, o se mete debajo de las sábanas y se cree invisible. Aunque ella no lo pensase, había algo en su interior que se identificaba con esa esfera argéntea intentando esfumarse. Rebeca nunca había dejado de intentar esconderse, pero irradiaba algo que la hacía ser especial.

Primero el último bocado de la pizza reseca, a continuación el último trago de cerveza, y al final, la última calada al canuto. Siempre lo hacía así, como una especie de ritual. Y después se duchaba con agua fría, pero dentro de unos límites comprensibles, para terminar de despertarse y prepararse para lo que venía. Salió de la ducha completamente chorreando, nunca se secaba con la toalla. Solía mirarse al espejo desnuda, le gustaba. Sabía que no era nada demasiado especial, pero era un cuerpo bonito. La verdad es que le gustaba porque era lo único que tenía de verdad, lo único que la iba a acompañar siempre, lo único capaz de hacerla sentir bien, de darle placer. Se dirigió a su habitación, desnuda aún, sin reparar en que las cortinas seguían descorridas y cualquiera en la calle podía verla. Recogió un poco la habitación, empezaba a tropezarse con las bolsas vacías de patatas fritas, las latas de cerveza que hacían de cenicero y los doscientos pares de zapatos esparcidos por el suelo. Tiró sin querer una de esas latas-cenicero, descubriendo que la mezcla entre cerveza y cenizas de dios sabe qué no olía demasiado bien. Abrió la ventana, asomó la cabeza para disfrutar de la sensación del aire sobre el pelo mojado, y vio, unos tres metros debajo, en la acera de enfrente a dos o tres tíos mirando en su dirección. Si, su reflejo en la ventana le confirmó que seguía desnuda. Sonrió. Parecía que esa noche podía pasárselo bien.

-Edu, tío, dime que no estoy soñando.
-Tío, ¿eso de ahí es una tía desnuda, de verdad? Dios, dios, dios, dios, estoy alucinando.
-Marc, en serio, tienes que mirarla. Esto es una alucinación, en mitad de Madrid una tía desnuda con toda la ventana abierta a las ocho de la tarde. Marc, ¿qué coño haces?
-Joder, parece que es la primera mujer que veis en vuestras vidas. ¿Tenéis un mechero alguno? Va, Carlos, déjamelo.
-¡Edu! ¡Marc!, joder, parece que se está dando la vuelta. ¡Sí, se ha girado! ¡Dios, se acerca a la ventana! ¡No miréis, no miréis! ¡Vámonos, que nos va a ver!
-Carlos, dame el puto mechero y deja de babear. Nos fumamos el peta y nos vamos a por unas cervezas, ¿os hace?
Edu y Carlos asentían, y el último sacó, por fin, el reclamado mechero. Allí estaban los tres, amigos de toda la vida, en un banco cualquiera de Madrid, bastante lejos de sus casas, pasando el tiempo como siempre. Ya era un poco tarde para andar por esos barrios de la ciudad, pero nadie les esperaba en casa. Entonces, cuando ninguno de los tres pensaba en ella desde hacía, al menos, dos minutos, surgió de la nada.

-¡Hey, chicos! ¿Alguno tiene un mechero? 

Marc, quien apenas la había mirado, sacó el que le acababa de dar Carlos y se lo ofreció. Rebeca encendió un porro más, exhalando lentamente, el humo a la cara del chico, quien finalmente la miró. Ella puso una de sus más sexys medias sonrisas e hizo un casi imperceptible gesto en dirección a la ventana por la que los tres la habían visto desnuda. Segundos después, los cuatro subían atropelladamente las escaleras hacia el piso de la chica, besándose, tocándose y desnudándose por el camino. Cuando llegó a abrir la puerta estaban todos prácticamente desnudos, ardiendo, incapaces de esperar a llegar a la cama para follarse, si podían hacerlo allí mismo, en el suelo, con la puerta principal medio abierta, excitados de pensar que alguien podía pillarlos haciendo de todo. 

Quizá había sido la primera vez que los tres lo habían hecho con la misma chica a la vez, quién sabe. Para ella, había sido un bastante buen polvo, pero no estaba segura de que hubiera sido la primera vez que lo hacía con tres chicos a la vez. Aún estaban los tres tumbados en el suelo, cubiertos de sudor y cansancio, cuando Rebeca sacó como de la nada, una pequeña bolsita con unas cuantas pastillas y se metió cuatro a la boca, repartiendo tres de beso en beso. 

Esa vez no amanecería en una cama extraña, pero tampoco recordaría demasiado bien cómo había pasado la noche, ni los nombres de esos tres chicos, y seguramente tampoco sus caras. Esa mezcla de alcohol, sexo, drogas y noche, ese vivir siempre al límite era lo que mantenía a Rebeca con vida, lo único que la hacía seguir adelante mientras su soledad y sus recuerdos intentaban ahogarla.





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